12.5.07

Las manos en el cuello,
la cabeza contra el muro.
No hay sangre;
donde no hay vida no hay sangre.
Los ojos inyectados
de verdades ocultas,
los músculos hirviendo
de la propia culpa.
Esas palabras mudas
que se caen boquiabiertas y conjuntas,
esas mismas malditas,
esas mismas lo sentencian
al flagelo, al dolor,
al hierro hirviente en la piel,
al suicidio impermutable ya,
invisible por el miedo
e invisible como el remordimiento
que le conduce a la propia muerte.